Fiesta patronal en este pequeño distrito a orillas del Amazonas Día de San José Obrero en Indiana: historia, identidad y cariño
Me encanta la “experiencia de ser pueblo, (...) de pertenecer a un pueblo” (EG 270). Es algo que siempre estuvo unido a los momentos más felices de mi vida en España, y que en Indiana puedo reproducir y volver a disfrutar. Con todas las limitaciones propias de la distancia cultural entre ellos y yo, pero sí: creo que soy parte de un pueblo, y me emociona.
1 de mayo, fiesta de San José Obrero, patrón de Indiana, y día del trabajador. Todita la noche ha estado lloviendo a mares y al amanecer continúa lo mismo, así que la jornada se presenta medio chueca a causa del agua y de la pandemia. Pero nada detendrá a los devotos del santo carpintero.
Todo comienza en la catedral a las 8 de la mañana, con la infaltable misa protocolar que está grabada a fuego en todos los programas del Perú. Y más todavía acá, en Indiana, donde la festividad de San José está unida a la fundación del pueblo por Mons. Dámaso Laberge y los primeros misioneros canadienses que llegaron en 1947. De hecho, hoy se conmemoraba el 74 aniversario de la primera fiesta patronal.
Las autoridades y los trabajadores de la Municipalidad participan haciendo las moniciones y las lecturas (el alcalde lee la primera), llevando las ofrendas, etc. Noto que cantan y responden bastante bien, lo cual me hace pensar que hay más gente católica en Indiana de lo que parece. Como siempre está la miss, “reina de la belleza femenina”, en primera fila (por el momento no hay míster, pero todo se andará). La misa termina con una especie de fotocall donde vamos posando unos y otros.
De ahí pasamos a la sesión solemne de la comuna municipal. Se cantan los preceptivos himnos, el del Perú y el de Indiana, y en la letra de este nombramos, como cada vez, a San José y a Dámaso Laberge. El presentador realza los motivos que nos congregan, y en sus palabras detecto el peso decisivo que tiene la Iglesia en la historia de este pueblo. Indiana no existiría si no se hubiese creado la Prefectura Apostólica; su identidad se forjó en la valentía del obispo pionero y con la mística de aquellos franciscanos. “Unión – Trabajo – Desarrollo” reza en el escudo del distrito, los valores que ellos eligieron como divisa y aspiración.
Un punto del programa es la entrega de jabas de pollos regionales (las llamadas gallinas cholas) a vecinos de varias comunidades como parte de un proyecto de mejoramiento avícola. En el salón consistorial estaban todos los implementos para los nuevos galpones: alambres, plásticos, la comida de los pollos y los propios pollos. Y allí se hizo la entrega simbólica para poder tomar la foto de rigor (que encabeza esta entrada) y que se pudieran marchar sin más demora, “antes de que los animalitos se mueran por este frío”.
Los discursos, algunos sin contenido real y todos más largos de lo deseable para mi gusto, se van sucediendo, como es habitual en estos casos. El alcalde informa de los logros de su gestión. El secretario general lee el acta reglamentaria, y por fin pasamos al brindis con vino borgoña. Las palabras esta vez le tocan al párroco, que voy comprendiendo que, acá, es una personalidad. Agradecemos tener trabajo (más bien yo querría reducción de tareas) y pedimos a Dios que bendiga a Indiana.
Anuncian un almuerzo “sorpresa” que todos estábamos esperando, y enseguida sirven pango de paiche, es decir, paiche (parecido al bacalao, pero de río) con yuca y ají de cocona. Me toca al lado la regidora Nancy Virginia, que además es vecina de la misión. Conversamos distendidamente, me pregunta qué cosas me gusta comer y qué no. - “Creo que me gusta todo”, le digo. - “¿Te gusta la carne de monte?”. - “Claro, el majás está buenazo”, respondo.
Al ratito llegan a ofrecerme un plato de majás. “¿¿Para mí??”. Estos detalles y los constantes agradecimientos por lo que estamos aportando de ayudas en la pandemia, me hacen sentirme orgulloso; lo último: el concentrador de oxígeno de 10 litros por minuto, y capaz de atender a dos pacientes a la vez, que hemos comprado con el apoyo de varios amigos de Mérida. Gracias en nombre de Indiana, sus autoridades y sus gentes.
Me encanta la “experiencia de ser pueblo, (...) de pertenecer a un pueblo” (EG 270). Es algo que siempre estuvo unido a los momentos más felices de mi vida en Santa Ana y en Valencia, y que en Indiana puedo reproducir y volver a disfrutar. Con todas las limitaciones propias de la distancia cultural entre ellos y yo, pero sí: creo que soy parte de un pueblo, y me emociona.