Ir lejos
Lo necesitaba. Desde diciembre no volvía a las andaduras largas, no visitaba los caseríos más alejados. Son los que no solicitan ninguna misa o procesión por la fiesta patronal, porque no tienen capilla ni santito, pero me llaman en silencio, desde sus islas de pobreza en la montaña profunda, más adentro. Hasta ellos hay que llegar.
Armo mi mochila de la montaña con una estrella en la frente. Debes hacer acopio de todo tu optimismo y toda tu paciencia al afrontar el camino, con sus barros, sus quebradas, sus tremendas subidas, resbalones, torceduras... y todo lo que pueda suceder. Ir lejos exige todas tus fuerzas, sientes crujir cada uno de los remaches de tu cuerpo, bajo la lluvia persistente o bajo el sol implacable, sumergido en los rumores silenciosos de la selva, los mismos que, en la noche, mientras descansas en un sencillo jergón, acompañan la curación de las heridas de tu cuerpo, infligidas por la crueldad del sendero y reparadas ahora con la mirada de la luna.
Hace más de nueve meses que esta gente no escucha el Evangelio y no celebra la Eucaristía... fui yo mismo el último que vino. Nos saludamos en la mísera escuelita mientras pienso que he de elegir bien las palabras de Jesús que voy a leer y a comentar, tienen que ser de las más importantes. Pero todo está sometido a los vaivenes del azar: falta gente, varias familias del caserío han viajado por las elecciones, otras están tumbadas por la gripe, y otras viven lejos y no les llegó el aviso. Con los que estamos empezamos.
Se sientan en las sillas enanas y en una especie de colchonetas cuadradas del jardín. Encienden sus linternas para leer sus cancioneros, pero cantan poco. Solo tres personas levantan la mano para comulgar, sé que hay otros que no reciben al Señor por ser convivientes y esa norma me parece aún más absurda en un lugar como éste. Les hablo de la compasión que siente Jesús hacia la viuda de Naim, pero la lluvia atiza furiosamente el tejado de calamina y eclipsa mi voz. Tienes un par de días para alcanzar este cucu del mundo y no puedes hacer nada contra la contingencia del momento.
Ir lejos. Perder de todo: tiempo, plata, salud... y ganar... ¿algo? Humanamente poco. Pero has ido. Es la experiencia original, el amor primero. Lo que me otorga identidad de enviado, da sentido a otras tareas y me recuerda por qué estoy acá. No para resolver nada ni salvar a nadie, solamente para decir a los más apartados que Diosito los quiere. Es lo que más me gusta y me hace sentir misionero por los cuatro costados; aunque a veces pienso, asaltado por el cansancio: "¡Con lo bien que estaba yo en mi casa!".
César L. Caro