Echando la vista atrás a modo de balance, inquietudes, satisfacciones, interrogantes, impaciencias... El Papa Francisco en Puerto Maldonado: tres años después
El Papa siempre ha animado a que se hagan propuestas audaces, pero da la impresión de que, terminada la etapa de los documentos y las imágenes, cuesta materializar frutos tangibles. Hay hoja de ruta, pero la velocidad es más cuestionable. Tal vez vamos demasiado lento en temas como: la escucha de los pueblos indígenas, la ministerialidad amazónica y la corresponsabilidad de los laicos, liturgia y catequesis inculturadas… Me pregunto si realmente estamos dando pasos concretos en plasmar “una Iglesia con rostro amazónico y rostro indígena”, que fue lo que Francisco pidió aquel día.
En el atril de mi escritorio tengo una estampa que me regalaron en Puerto Maldonado, una imagen del Papa con el puente Billinghurst de fondo. Las cosas que ves todos los días se mimetizan y casi desaparecen, pero ayer me detuve a mirar la fecha y me quedé sorprendido: 19 de enero de 2018. Han pasado ya ¡tres años! desde que Francisco vino al Perú y dio el pistoletazo de salida al Sínodo para la Amazonía.
No puedo evitar que acuda a mi corazón una avalancha de recuerdos y emociones de aquel día y de todo lo que ha sucedido después. Soy consciente de que estamos viviendo una época trascendental en la historia de la Iglesia en la Amazonía y de la Iglesia universal, y me siento un privilegiado. Releo lo que escribí en aquella ocasión: “yo estuve allí”. Realmente allí mismo, en aquel coliseo, intuí que era un momento clave; y de hecho desencadenó un proceso en el que estamos inmersos y que me genera muchas satisfacciones, grandes expectativas y algunas impaciencias.
El proceso sinodal y la presencia del Papa colocaron a la Amazonía en el foco de la actualidad. Por un lado, todo lo denunciado en Laudato Sí se sustanció en rostros, paisajes y nombres; por otra parte se habló de “campo de pruebas” para la reforma de la Iglesia, una especie de laboratorio donde poder ensayar nuevos caminos, cambios necesarios que poder luego extrapolar a otras latitudes, y que ilusionan.
Los trabajos presinodales y la calidad -y osadía- del Instrumentum Laboris aumentaron las esperanzas. La celebración del Sínodo creo que superó todo lo visto hasta ahora en este tipo de eventos en cuanto a impacto mediático y relevancia planetaria. Hubo hasta robos y lanzamiento de pachamamas al río. Jamás un Papa se mostró tan asequible y cercano. Y, por primera vez en la historia, se escucharon voces femeninas en el aula sinodal; y algunas bien claras, directas y bravas, como me contó una de las protagonistas.
La redacción del documento final parece que evidenció las tensiones propias de la articulación de las diferentes tendencias. El resultado incidió sobre la ecología integral, llegó a lo máximo que se podía llegar en los temas más controvertidos y dejó muchas puertas abiertas, con generosidad y valentía. Habida cuenta las inercias y resistencias lógicas en una institución milenaria, el documento final no se puede considerar una decepción y se dimensiona con el paso del tiempo. Y QA está en la misma línea. Tenemos dirección y sentido.
El transcurrir de los meses, y sobre todo el golpeo de la pandemia, sacaron a la Amazonía de la primera plana. Aquel aparente boom ha dado paso a la cruda realidad: jurisdicciones eclesiásticas en precario estado de recursos económicos y con misioneros cada vez más escasos. Los comentarios son recurrentes: “cuando yo me vaya, no hay nadie para reemplazarme” – dice una religiosa; “¿sacerdotes nacionales y extranjeros? Nadie quiere venir…”. Así de tajante. Además de artículos, entrevistas y libros sobre la Amazonía, necesitamos gente que desee vivir y trabajar acá; hablamos mucho de “la cosa”, ¿pero quién hace “la cosa”?
Mirando “desde arriba” iniciativas y evoluciones surgidas del Sínodo, la creación de la Conferencia Eclesial Amazónica es un decidido avance. Poder converger en un organismo sinodal laicos y pastores de todas las iglesias de la Panamazonía resulta verdaderamente estimulante, y lo digo en primera persona porque yo mismo estoy ahí. Pero las competencias de la CEAMA no están todavía delimitadas con precisión, y eso me plantea algunos interrogantes: ¿cómo hilar ese espacio de reflexión y propuesta con la autoridad ejecutiva de los obispos en sus territorios?
En general, ¿cómo articular estructuras nuevas con otras tradicionales pero hoy por hoy vigentes? Vista la realidad “desde abajo” aparecen múltiples disyuntivas similares: ministerios efectivos y potestad sagrada (DF 96), sinodalidad e identidad, inculturación y unidad… El Sínodo propone redes y equipos itinerantes (DF 39-40), ¿pero cómo combinarlos con el esquema parroquia-párroco? Si las novedades no se implantan con cuidado quirúrgico, con seguridad y delicadeza, pueden tirar del tejido viejo y romperlo (Mc 2, 21); y es cierto que los cambios profundos no se dan de la noche a la mañana, pero estas cirugías y tratamientos eclesiales no pueden esperar.
El Papa siempre ha animado a que se hagan propuestas audaces, pero da la impresión de que, terminada la etapa de los documentos y las imágenes, cuesta materializar frutos tangibles. Hay hoja de ruta, pero la velocidad es más cuestionable. Tal vez vamos demasiado lento en temas como: la escucha de los pueblos indígenas, la ministerialidad amazónica y la corresponsabilidad de los laicos, liturgia y catequesis inculturadas… Y en cuanto al papel de la mujer, si todo se va a quedar en que puedan ser instituidas acólitas y lectoras, no creo que hayamos progresado mucho, la verdad.
Tres años después, me pregunto si el Sínodo ha llegado a la gente, o quedó para las fotos y la prensa. Me pregunto si realmente estamos dando pasos concretos para plasmar “una Iglesia con rostro amazónico y rostro indígena”, que fue lo que Francisco pidió aquel día. Temo que tanto esfuerzo pase a reposar en las estanterías y en las hemerotecas. Ya sé que las grandes transformaciones requieren su tiempo y que hay que tener paciencia, pero aquellas palabras continúan en mis oídos como brújula y como acicate.