Sacudirse el barro de las botas

No todas las aventuras cuando salimos a los lugares más lejanos son tan emocionantes y agradables como a veces puede parecer. En ocasiones siento que me saco el ancho (es decir, me pego una paliza) por las puras (es decir, para nada). Como muestra, la última visita a Javrulot, Carabelí y Peñarol.

Ya empieza la cosa torcida cuando no vas al 100%, en este caso viajé con un fuerte catarro que todavía cuando escribo esto me tiene medio sordo de un oído porque creo ha evolucionado a sinusitis. Con el cuerpo a medio gas los lodos de la subida a Javrulot te minan las fuerzas, y más si la lluvia cae convirtiendo el sudor en caudal que te hace tiritar. Llegamos y...nada. Nos acercamos a una casa a descansar, pero no nos ofrecen ni agua; al rato llega Consuelo, la agente de pastoral, con el almuerzo en tapers, frío... mal presagio. De hecho, a la 1 del mediodía no hay nadie en la capillita de madera, que tiene una mesa, una silla y dos bancas. Llegarán unas diez personas pasados tres cuartos de hora; conversando descubrimos que en este pueblo simplemente no existe comunidad: nunca se reúnen, no hay liturgia los domingos... nada de nada.

Sorteando más lluvia pasamos a Carabelí. Don Bartolo no tiene esta vez sitio en su casa, así que me alojo en un cuarto de madera, sin water ni ducha. Cuando intento ir a bañarme a la quebrada me dicen que no, que el agua baja muy turbia de la altura, así que me indican un caño por donde sale un chorrito que la gente utiliza. Mientras tapo como puedo la entrada con un plástico, me sonrío al verme calato, esperando a que alguien llegue, rodeado de restos de sobrecitos de champú, botes de detergente vacíos y trozos de sandalias viejas... aaaay Diosito. Pero el agua fresquita me reanima, y buena falta me hará para la noche.

La Eucaristía es en la escuela. Como solo hay un cancionero, el profe se ofrece a fotocopiar las canciones en una multifunción. Cuando empezamos ha pasado casi una hora y todos (unas doce personas) tienen aspecto de dormidos, y ejercen como tales porque no contestan, no cantan, no reaccionan a los chistes, no responden a nada... y ni una sola persona recibe la comunión. También acá, en la conversa tras la misa nos confiesan que llevan meses y meses sin reunirse para nada. Vitalino, el agente de pastoral de Líbano que es mi compañero en esta gira, le habla e intenta animarles, pero los dos nos cruzamos miradas de perplejidad y desaliento.

Al día siguiente tocan otros 18 o 20 kilómetros de caminata. La visita es a Peñarol. Llegamos bastante tempranito, saludamos en un par de casas, todo el mundo nos ve pasar por la pampa... pero estaremos más de una hora esperando en la iglesia sin que aparezca nadie. Acá se junta un buen grupo de gente porque los maestros han llevado a los casi treinta niños de la escuela, y con ellos armamos una celebración más amena. Pero se ve inmediatamente que esta comunidad también está hecha cenizas: desunidos, desorganizados, ya ni se acuerdan de la última vez que se reunieron.

A todos les decimos que chau chau: los padres ya no vamos a regresar hasta que nos llamen. Iremos para alentar una vida, algo que existe antes de que lleguemos y continuará cuando nos vayamos. Iremos cuando estas comunidades logren celebrar su liturgia los domingos, cuando sus agentes de pastoral vayan a las jornadas de formación, cuando preparen para el Bautismo y la primera comunión y sean capaces de engendrar nuevos cristianos. Iremos cuando muestren interés por seguir a Jesús y necesidad de la Eucaristía. De otro modo, la visita del sacerdote es algo puntual e irrelevante, una anécdota rara en un día cualquiera del pueblo, a la que un grupo de curiosos van a llevar su agua para bendecir y observan cómo el cura se come la hostia.

Años de pasar como balas por estos lugares acumulando misas apresuradas, pero sin haber conseguido generar verdaderos procesos evangelizadores. Cristianos que, en lugar de comprometerse con la fe y con el Reino sin depender de nadie, sienten que asistiendo a la misita cada tres meses ya lo tienen todo hecho y no se mueven: hemos cosechado justo lo contrario de lo que pretendíamos. Por eso les hemos explicado que, en lugar de sacudirnos "el polvo de los pies" (Mt 10, 14), más bien nos sacudimos el barro de las botas.

Por el momento. Porque como parroquia habrá que cranear qué pasos dar, de qué maneras trabajar a partir de ahora. Yo no sé cómo se hace, pero así, no.

César L. Caro
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