Tromes en canoa
¿Locos por qué? Porque son únicamente 51 misioneros, de los cuales solo 11 son sacerdotes (contando con su obispo, mi paisano Javier Travieso) para 17 puestos de misión (de los cuales la mitad están vacantes, no tienen personal). Porque han de recorrer enormes distancias en bote para visitar las comunidades (680 en total, una media de 40 por cada puesto) y caseríos que se alinean a lo largo de sus cuatro ríos. Porque viven sencillísimamente, utilizando los transporte colectivos. Locos porque han de soportar cada día el calor, las incomodidades, los zancudos… pasando a menudo semanas fuera de casa en zonas de pobreza extrema, en los límites de la civilización y lidiando además con la insignificancia propia de anunciar el Evangelio hoy día. Una misión durísima.
Son polacos, mexicanos, canadienses, un coreano… Están comprometidos en la defensa del medio ambiente frente a la depredación de las petroleras. Se sacan el ancho en servicios de promoción de su gente: tienen colegios, hospitales, grupos de acción social y sobre todo caudales de humanidad que se van dejando por estos ríos. He conocido de cerca a varios de estos locos: Paco, el responsable de la misión de Indiana, Dominik la coordinadora de pastoral del vicariato, Anna, Yvan, Gabriel, Bea… Me han parecido personas humildes y excepcionales, gigantes de la fe que van en canoa, misioneros en estado puro. Son tromes, o sea, "cracks", números 1, fueras de serie...
Con el padre José Ayambo (uno de los dos únicos curas diocesanos autóctonos) damos una vuelta por San Salvador, a una media hora de Mazán, en el río Napo. Es una comunidad grande, de más de 100 familias, pero no hay luz ni agua. José dice que le da tiempo a visitarla un par de veces al año. Hay un Tambo, un equipamiento del gobierno que funciona como una especie de centro de servicios sociales; los dos jóvenes trabajadores destacados en este rincón selvático nos cuentan sus peripecias: cuando les dan alguito, todos los nativos llegan, pero si se trata de una capacitación, ya es más difícil. A veces les ofrecen una videoconferencia (el Tambo tiene un punto de internet satelital), y la gente se queda asombrada por poder hablarle a la pantalla. Las campañas de “cocina mejorada” o de eliminación del masato (bebida a base de yuka) de la dieta de los niños han sido un fracaso porque son contraculturales para ellos, como si las hubieran ideado burócratas en despachos de Lima sin conocimiento alguno de la vida en la selva. De hecho, nos muestran una moto nuevecita: está entre los implementos del proyecto, pero… ¿de qué vale acá? Están a ver si la cambian por un peke-peke. Jaja, aaay mi Perú.
No todo es trabajo, hay respiros de salvar el mundo. Por ejemplo, ocasión para comer los cocos cuya agua nos bebimos días antes, o para juntarnos a la hora de la cena, conversar hasta tarde e incluso tomar un vodka mientras las tromes polacas me pegan una paliza jugando a las damas chinas. Menos mal que al día siguiente me compensaron invitándome a un restaurante pituco de Iquitos donde comí ceviche de lagarto, toma ya. Perú es periferia respecto a España, Chachapoyas es periferia respecto a la costa peruana, la selva es periferia respecto a Mendoza, y el Vicariato es periferia en la iglesia de acá. Una periferia que enamora.
Una semana sumergido en la selva. Lo estaba deseando. Conté el año pasado ("No te guardes ninguna carta" (5 de febrero de 2015) que dicen que "la selva te repele o te embruja", y que quizá era tarde para evitarlo, y creo que sí, que es demasiado tarde para mí. La selva ya me ha cautivado del todo, es así. A veces, cuando sales río abajo, se tarda más en regresar a casa porque hay que surcar; yo no sé lo que demoraré, pero regresaré, estoy seguro.
César L. Caro