El canto del quetzal
Con ayuda de su voz de barítono ensayamos algunos cantos. Se nota enseguida que esta comunidad celebra los domingos, llegan los adultos, hombre y mujeres, sus rostros muestran interés, la Eucaristía es una novedad que sacude el pueblo. Pero al mismo tiempo está claro que el personal está en la etapa de "primer anuncio": muchos niños no están bautizados, ninguno ha recibido la Comunión, prácticamente todas las parejas son convivientes (sin matrimonio)... hace falta proceso de iniciación cristiana en generosas dosis, ellos lo necesitan y lo merecen. ¿Cómo hacer?
Al final de la misa llegan los agradecimientos y la promesa de volver. Son casi las dos y media de la tarde y nos esperan de nuevo tres horas de caminata si queremos evitar que la noche nos gane. Nos despedimos, una mujer con tres hijas (a la más pequeña la lleva a la espalda con el paño de manos) nos hacen esta vez de guías. Apenas salimos se pone a llover y casi no parará el resto del sendero.
Nos colocamos los plásticos azules a modo de capa de superman; son más prácticos que el poncho de agua porque no pesan ni ocupan nada, cubren la mochila y dejan el pecho al descubierto, con lo que sudas algo menos. El camino se vuelve impracticable: por momentos nos enfrentamos a pampas de lodo que nos obligan a buscar los linderos, saltar, agarrarnos a raíces y a palos... Aunque a veces lo mejor es meter las botas y palante, con pasos rápidos, sin detenerte porque te quedas clavado y te hundes. Curioso: caminar por el barro es un poco como la vida, como dudes y te pares la has cagao, el fango te traga y hay que llamar a la grúa del ayuntamiento para sacarte.
El palo de trekking juega aquí un papel fundamental (¡gracias, mamá!), pero con todo tengo que hacer verdaderas virguerías para no caerme, y si los del satélite me siguen verán toda una variedad de pasos de baile, jaja. Pero el culazo nunca falta, y a la vuelta de Perlamayo tampoco... Increíblemente, cuando Roberto, el barrito y yo nos quedamos solos, vamos charlando de mil cosas, compartiendo reflexiones profundas sobre la vida, el sentido, la felicidad. Es estupendo encontrar a alguien con quien poder comunicarme a estos niveles, a pesar de la distancia cultural. Me siento comprendido y eso me descansa a pesar de la paliza.
En un momento, el sonido de un pájaro colorea este silencio lluvioso. "Es el quetzal" - dice Roberto, conocedor del campo como nadie. "Un ave muy difícil de ver, de vivos colores y que canta bonito". Son solo tres notas, pi-pi-pi, una delicadísima tonada que se intercala armoniosamente con la quietud vespertina de la ceja de selva. Una canción triste y viva, virtuosa, acaso quebradiza pero tenaz. ¿Es una llamada o un lamento? ¿La acogida del sol que desciende? No lo sabemos, pero sentimos que es una maravilla, la melodía de esta naturaleza, la banda sonora de este día inolvidable.
Y así llegamos, 25 kilómetros después, empapados de belleza y transpirando gratitud por todos los poros. Gracias, Diosito.
César L. Caro