8 días en un bucle meteorológico
De hecho nos adentramos sin saberlo en un bucle meteorológico implacable: lluvia fuerte y persistente por la mañana, cielo cubierto y algún rato de sol por la tarde, y de nuevo diluvio durante la noche. La surcada hasta Limonero la hicimos en dos jornadas de auténtica galerna amazónica: viento racheado, relámpagos en el horizonte y agua por todas partes; hasta el punto de que el motorista tenía que ir achicando y nosotros embutidos en casacas y cortavientos con gorro incluido.
Pero era inútil, navegábamos empapados hasta los calzoncillos, las zapatillas chorreando, un paraguas vertical como frágil parapeto, las mochilas mojadas, el proyector se salvó de milagro. No es que estuviéramos bajo el chubasco, es que fueron ocho días dentro del agua, con los ríos aéreos de la selva rodeándonos bien bravos y los dedos como garbanzos todo el rato.
Hemos visitado un montón de casas invitando a los niños y a los mayores a las actividades y hallábamos a todos, que no habían ido a trabajar a la chacra a causa del aguacero cotidiano. Y justo a las horas de juegos, pintura de láminas o reunión con los adultos, la verdad es que tuvimos suerte y el cielo nos dio una tregua. Han sido en total 11 comunidades (que se dice pronto) con la ayuda de dos jóvenes estudiantes jesuitas, Beto y Gonzalo.
La lucha por mantenerte seco era tan encarnizada como la batalla por secar la ropa, ni siquiera valía el aire acondicionado del bote en marcha, porque el ambiente estaba sobresaturado de humedad. Y había que mirar los agujeros en los techos de hoja de irapay o de calamina para no colgar la hamaca o armar la carpa debajo de una potencial gotera, puesto que los chaparrones nocturnos eran impepinables.
Pero hemos comido muy bien. En Remanso la señora Mª Elena nos ofreció un caldo de gallina que no olvidaremos fácilmente; en Santa Teresa II zona nos pusieron lagarto frito, y en otros lugares varios pescados acompañando los habituales arroces y fideos. Hubo chicha, refrescos, café, botellas de agua… y siempre se puede recurrir a las galletas, fieles amigas que sacan de más de un apuro.
Además de disfrutar que la gente nos va conociendo, registramos decepciones y experimentamos avances. Algún animador que estaba mustio parece haber vuelto a la vida, pero al día siguiente en otro sitio el responsable dice que deja la tarea porque se va a vivir a Benjamin. Aparecen mamás que piden el Bautismo para sus bebes en comunidades supuestamente de otra religión, pero al día siguiente en el caserío vecino la reunión es cancelada por borrachera de los posibles participantes. E incluso encontramos un par de nuevos catequistas de primera comunión dispuestos a preparar a los niños de sus pueblos. Y en Santa Rita, hay de pronto un señor que siguió cursos de formación para animadores hace años en Iquitos, y será el animador de esa comunidad con el tiempo, aunque él aún no lo sabe.
En fin. Que siempre, después de la tormenta, llega la calma. Que todos los días sale el sol, camarón. Y que si te mojas, pues te secas y ya.
Feliz 2019.
César L. Caro