De hijo a padre
Ángel y Toño regresaron a España, a Nico lo trasladaron, el obispo envió a Baltazar, que lleva nueve meses ordenado, y me nombró párroco a mí. De modo que en poco tiempo he pasado de ser el último mono a ser el responsable de este mogollón inmenso que es la provincia de Rodríguez de Mendoza, con sus tres parroquias y con mi nuevo compañero. Y la verdad, no sé qué me impone más.
"Pareces su padre", me dijo alguien el otro día, cuando Balta se despedía rumbo a Milpuc. "Lleva el casco" - le había dicho yo, "cuidado con esa cuestecita de Chontapampa...". Pues... me sale así. Tiene 28 años, es un chivolito comparado conmigo, y está novato, recién está comenzando su ministerio sacerdotal, y me nace darle consejos, explicarle cosas, advertirle... me doy cuenta de que es la primera vez que vivo una experiencia semejante, la de ser "el mayor", el más experto, el que ya ha pasado por ahí antes.
Me asombra su simpatía, su capacidad para meterse a la gente en el bolsillo. Lo veo hacer dinámicas (cantos con coreografías) y cómo mueve al personal, las sonrisas que arranca. Me subo con él a la moto y qué tal maneja, es un hacha, y yo siempre diciéndole: "Despacito". Jaja. Vislumbro su potencialidad, el entusiasmo de los primeros tiempos de ordenado. "El chico tiene madera", me dice Alcira, la religiosa de Huambo, y es cierto.
Pero también hay ciertas cosas que temo que aprenda mal. Por ejemplo, quisiera que tuviera más iniciativa, y que aprovechase mejor el tiempo. Que conquistase un ritmo de vida más razonable (¡pero a veces yo soy peor!) y que fuese más transparente, que se comunicara más y todo lo pudiéramos dialogar antes de decidir o cambiar nada... Poco a poco. Es cierto también que somos como dos mundos distintos, con formas completamente diferentes de ver la vida, la tarea pastoral... todo.
El instinto de "padre" me aflora especialmente cuando percibo situaciones en las que intuyo lo que puede pasar, y cómo mi compañero se puede estrellar. Intento acompañarle lo mejor que puedo, pero... tiene que recorrer su propio camino, Estaré por acá para recoger los pedazos o para festejar sus éxitos, que ya los hay. ¡Qué duro es ser padre a los 46!
César L. Caro