El magnetismo de las pequeñas cosas

Si miro ahora a mi alrededor me doy cuenta de la cantidad de cosas que tengo y que yo no me he comprado, me las han regalado, y muchas con motivo de mi envío al Perú. Son como las puertas de Matrix, que me transportan a otros momentos, me traen otros rostros, hacen resonar conversaciones y risas, son balizas que me sitúan en una vida larga, amplia y rica en personas, lugares, experiencias, cariños.
Mientras escribo voy vestido con un buzo, o sea un chándal que me regaló mi grupo MRC de Santa Ana por mi cumpleaños. Y las zapatillas Joma fosforitas que llevo, las mamás de la primera comunión de aquel año. Estoy en mi despacho: levanto la vista y los rostros de mis sobrinos aparecen en un corcho junto al poema "Y yo me iré", de Juan Ramón Jiménez. Pero ahora subo a mi cuarto, y allí, sobre la pared, están los dibujos que mis niños me regalaron el día antes de vernirme acá, hace... dos años. Cuando vi el avión, el increíble C, la vaca y el escudo del Atlei creí que me iba a estallar el corazón. Jamás olvidaré ese momento.
¡Dos años ya en Perú!

Más ropa. La casaca azul me la regalaron mis compañeros de Juntiña, y la verde me la regaló Carmen, igual que las peazo zapatillas marca Columbia (lao Tita, ya se han empezado a romper). Junto con el chándal, los santaneros me regalaron unos calcetines largos, que me vienen de maravilla para que las botas no me quemen las piernas en mis caminatas por esos mundos. Estas otras botas Bestard, magníficas, me las regaló Morke, y me recuerdan los días de senderismo por Burguillos, Tentudía... jaja, ay, aquellas setas.
Las sandalias cangrejeras me las compró Berta en el Decathlon, y las chanclas verdes mi hermana Susana, y no sabes cómo van por todos sitios, utilísimas. Hay una camiseta de "recuerdo de Croacia", el gorro de caminar que me regaló Ana Muñoz y que ha sido compañero en mil batallas, una gorra roja Adidas que me regaló Grabiel, un bañador pituco de Ana Llanos y, por supuesto, el palo de trekking que me compraron mis papás y que es mi tercera pierna, ¡gracias!
El erizo que vive en mi mesilla de noche me lo regaló Nancy cuando estuve con el tobillo a la virulé. Junto a él siguen las siete pulseras que mis sobris me entregaron al despedirnos, y justo encima, una goma eva donde pone "Felicidades misionero", que me envió Rosi. Faltan la mochila, estupenda, que me abraza cada vez que pateo la montaña, y la maleta gooorda, regalo de mi primera misa. Hay también un arbolito huayruro "recuerdo de Tarapoto", un tumi de pisco y el portaformas último regalo de mi tío Víctor. Y lo más importante: el crucifijo misionero (¡qué día aquel!, ¿te acuerdas Paco?) y el asombroso cuadro del conejo que mi sobrina Pilar me pintó y me envió a Mendoza.
Cosas que cada día veo y uso, que me traen el sabor de quienes me quieren y, de alguna manera, siempre me acompañan en esta aventura. Lo escribo en el ordenador que me regalaron las parroquias de mis valles cuando me vine... hace dos años. Estamos empezando.
César L. Caro