Qué noche la de aquel día
El castillo de fuegos artificiales resulta, como de costumbre, espectacular. Mientras se quema, la banda interpreta marineras y explotan bombardas sobre el fondo estrellado, es una experiencia hermosa y singular. Cuando la última chispa se extingue es el momento de ir al trozo de calle frente a la iglesia, junto al escenario, a marcarse unos bailes porque los mirones y chismosos que abarrotaban las gradas ya bostezan camino de su cama. Pero antes queremos beber alguito, a mí al menos me hace falta pa que me anime a mover el esqueleto.
Pero ¡el bar El Alto está cerrado! ¿Cómo es posible que no haya dónde tomarse un pisco sour en todo Mendoza? Aaaaaay. Vamos a la licorería mientras les explico lo que es el botellón (como si yo fuera un experto, jeje). Compramos una botella pequeña de ron y dos coca colas, nos dan vasos chicos (como de mojito) de plástico y ahí, sentados en un banco y sin hielo ni nada, descubren el ron con coca cola. Corruptor de menores; todos pasan los 30.
No tiene nada que ver con los barcelós de Piedeporra, pero es un combustible que bota mi roche y me pongo a bailar. Me muestran vídeos del año pasado, yo moviéndome sin saber qué hacer con los brazos, y se vacilan los bandidos (es decir, que se cachondean sin escrúpulos y nos reímos). Me siento tranquilo y me divierto sencillamente, como uno más. Y hasta veo hombres que bailan peor que yo.
Al rato vamos a pillar pollo frito con papas que está delicioso, otro lingotazo y a seguir con las cumbias, los huaynos y lo que se ponga por delante. La plaza se va despoblando, el porcentaje de borrachos aumenta y veo que llega el momento de ir a planchar la oreja. Son las 3 y en la casa de abajo, lejos de la música, me quedo como una piedra. Una noche redonda… de momento.
A las 5 suena el despertador porque a esa hora comienza el albazo, la oración de la mañana. Como un zombi voy a la casa de la plaza, subo a mi habitación para poner a cargar el celular y… ¡un peazo temblor! Dura unos instantes; hay una pausa, una quietud tensa y silenciosa y… ¡otro temblor más fuerte todavía, una sacudida aterradora de seis segundos! Noto cómo la casa enterita se estremece, crujen cada uno de sus adobes y me parece que va a colapsar. En una décima de segundo me encuentro en paz conmigo mismo y siento que, si ha llegado el momento de cerrar un ojo (así decía mi abuela), es una bonita noche para decir adiós.
Notovía. Fuera hay gritos, la orquesta ha enmudecido. Alguien coge el micro y trata de tranquilizar a la gente: “No ha ocurrido nada, un pequeño sismo pero sin gravedad”. Pocos minutos después se reanudan bachatas y salsas. “¿Tienes aguardiente en la casa, para hacer el draque?” – me pregunta Adelaida. “Sí, vamos a buscarlo”. Al traspasar la puerta que da a la cocina, una lluvia me moja ¡dentro de casa! ¡Oooooh Dios! Subo al piso de arriba y ¡aaaaaaaaaaah, un chorro inmenso de agua cae atravesando el encartonado del falso techo! ¡El temblor ha roto el tubo del tanque que está en el doblao bajo las tejas! Cierro la llave de control, Adelita sube a reparar la rotura con teflón, de momento lo logra y al toque nos ponemos a achicar agua y trapear como locos. Mientras se escuchan los cantos del rosario de la aurora en la iglesia.
Sudo un rato recogiendo agua a las 5:30 de la mañana, resacoso y casi sin dormir. Y escucho chispazos y pequeñas explosiones sobre el techo de la sala, los cables se han mojado y hay cortocircuitos; pronto nos quedamos sin luz. Hay muchísima agua acumulada, agujereamos el encartonado para que caiga sobre baldes y barreños... Uuuuf. Salimos justo a la hora del draque, té caliente con el trago que buscábamos… me jinco lo menos siete vasos, lo necesito. Es más efectivo que las aspirinas mañaneras de John Mc Klein en “La jungla de cristal”, porque casi al momento el huayno nos pone a saltar a todos en la puerta de la iglesia, y con las risas ahuyentamos el susto.
El fontanero vendrá algo más tarde, recobraremos el agua y al día siguiente la electricidad, todo volverá a su ser. Y yo comenzaré la Eucaristía del día central de la fiesta patronal dando gracias a Dios “en primer lugar porque estamos vivos”. Que no es poco. Qué noche. La vida es increíble. Más sorprendente, más tremenda, más intensa, más impactante, más generosa, más peligrosa, más… todo. Y siempre preciosa.
César L. Caro