Un panelito solar y un colador
Esta vez comenzamos por Río de Pesca, adonde se llega tras un último tramo de trocha lisito, que los riñones agradecen. Acá no hay capilla, así que celebramos en la escuela; y como hoy llego con tiempo, paso a saludar y veo en la pampita de recreo un panel solar tamaño mini que alimenta un celular y una computadora escolar. Y pienso cómo aguza el ingenio el personal por estos caseríos remotos. Luego pasaré un rato con Carmen, la agente de pastoral, todavía novata, explicándole el uso del manual para las celebraciones del domingo. Todo en este pueblo está cogido con alfileres, pero es simpático, fresco e incipiente, hay que animarles mucho. Y te lo agradecen: Evangelina me sirve un locro para almorzar que me chupo los dedos.
Nueva Esperanza es el núcleo más importante de la comarca, y allí paso una jornada entera en la que hago de todo un poco: doy una vuelta por el colegio (que es secundaria, la primaria es la escuela), busco una catequista de confirmación, visito varios enfermos, atiendo a consultas de gente sobre partidas, fechas y padrinos... y sobre todo paseo por el pueblo, veo y me dejo ver, aprendo cómo es la vida de la gente, qué hacen según las horas, escucho su música y me sumerjo, aunque sea por un día, en su condición, como uno más. Por la noche, en la misa, me hizo risa el utensilio que utilizan para recoger la colecta: un colador. Jaja, jalquinos pero guachachos.
Porque el ambiente aquí es serrano, y lo canta el clima, la forma de vivir, de hablar, de vestir... Ves a las mujeres con las trenzas y las polleras, y a los niños con los cachetes sonrosados, tocados con chullos. Nueva Unión está todavía más lejos, y ahí llegamos por la mañana para comenzar la caminata de dos horas hasta Itamaratí. Un pueblo donde solo Ángel fue una vez, en 2013, para bendecir un cementerio. Al salir nos advierten: "- Padrecito, no vayan, que no hallarán a nadie, toditos están yendo al mercado de Nueva Esperanza. Solo está Vicente". Ya me habían comentado en el desayuno mis camaradas (a buenas horas...) que los viernes cada dos semanas Nueva es invadida por los mercas, pero no tengo más que este día y me interesa conocer a ese señor, así que, acompañado por Gil, Ricardo y Eloy, atacamos los barritos hacia Itamaratí.
Y allí estaba el cementerio. Con una única muertita. Y cerquita el único vivo, Vicente, que es agente municipal y próximo agente de pastoral, aunque eso él no lo sabe aún. Nos invita a frutita y a café, que nos saben a gloria, y conversamos sobre cómo armar la comunidad, preparamos la próxima visita, etc. Aquí no hay ni alfileres todavía, se trata de crear casi de la nada, y es algo apasionante. A la vuelta nos agarra la lluvia, y mojaditos llegamos a casa de Don Isabel, en Nueva Unión, pero no hay tampoco un alma (¡qué dia!). Nos tomamos la libertad de entrar y, como llevamos el fiambre, nos ponemos a almorzar: arroz, huevo frito y gallina, toma castaña. "¡Abusadores, terroristas, entrando en casa ajena!", fastidiamos cuando aparece el dueño sonriendo.
Jaja. Mi compañero Baltazar vendrá al ratito, a él le toca la Eucaristía con bautizos. Gente muy pobre, los niños y bebés con pijamas o camisas blancas, sin aparato, ni banquetes ni rollos. Me siento entre la gente, detrás de una de las mamás que marca a su pequeño, y está tranquilo, dormido, confiado... y yo le envidio. Quiero ser como él, dejarme abrazar y llevar por la recia ternura de este pueblo, adonde sea y hasta cuando sea.
César L. Caro