Tal vez dentro de 30 o 40 años de trabajo se empiece a ver algún resultado Sembrar en el río
Pero estamos orgullosos porque al menos nos van conociendo como Iglesia que está al lado de la gente, escuchando y apoyando en lo que podemos
Estamos en plena creciente, y en esta época del año da gusto recorrer el Yavarí. El río inunda con su periodicidad inapelable gran parte de la selva, de manera que navegamos por lo que hace dos meses era monte, flanqueados por árboles enterrados en el agua, como hitos de silencio. Las travesías son más cortas y el viaje es más descansado, pero no por ello menos aburrido, porque en este río nuestro en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa.
De hecho, al llegar a Santa Rita nos quedamos asombrados a causa de la magnitud de la inundación. Hay tanta agua que hace falta canoa para ir de una casa a otra. El nivel llega a las pantorrillas cuando intentas andar por la vereda, pero resbala mucho por el verdín que se crea en el cemento. Toda la vida queda condicionada sin remedio: la escuela tendrá que retrasar al menos un mes el comienzo de las clases (los niños corren riesgo, los cuadernos se mojan), las yucas se sumergen, las papayas y los plátanos se malogran porque las raíces se pudren…
Como no soy capaz de caminar sin caerme, voy nadando a casa de Miguel, el agente municipal; pero con cuidado porque tres metros más hacia el cauce la corriente jala cantidad. Y para visitar a doña Otilia vamos en el bote… En fin, todo se vuelve muy complicado (me pregunto cómo harán para hacer sus necesidades, sobre todo las sólidas). Por supuesto no pudo haber reunión, pero los promotores de salud nos entregaron un documento en el que la comunidad solicita un botiquín. Veremos la manera de conseguirlo.
El diario dice que de Santa Rita fuimos a Remanso. Encontramos a casi todos los hombres en la escuela limpiando, y aprovechamos para saludarles. Nos cuentan que están preocupados porque este año tampoco va a haber maestro, y los niños tendrán que ir a estudiar a Pobre Alegre, a media hora de navegación; también hay un problema con un trozo de su territorio comunal que ha salido titulado a nombre de un particular. Les invitamos a la reunión de la tarde para conversar más y prometemos apoyarles. En ese rato, tras un fuerte calor, caerá una tremenda tormenta tropical y veremos la película “En busca de la felicidad”, que a todos les impactó.
Siguiente parada: Japón. Acá fue donde el año pasado bautizamos a más de 40, pero ahora nos hemos quedado sin animador, así que pasamos el día buscando uno nuevo, sin éxito. En la noche debemos esperar casi dos horas para poder comenzar la reunión con un grupo de personas, en su mayoría mujeres y niños (¿dónde está aquella muchedumbre de papás y padrinos…?). La oración resulta bien, en torno el texto de la pesca milagrosa y un gesto con unos peces de cartulina que les ayuda a participar. Al final conectamos con la necesidad del animador. Tras darle bastantes vueltas al asunto se elige a Gastón (a pesar de que no está presente…) y a una señora, Verónica, a quienes invitamos al toque al encuentro de abril.
A Buen Suceso nos interesa llegar pronto porque hemos oído que en la mañana hay una reunión del alcalde con representantes de todos los caseríos de la zona para pedir la construcción de un centro de salud en esta comunidad. El salón comunal está lleno a las 11, y en cuanto me ven llegar me sientan con las autoridades, e incluso me piden que dirija unas palabras. Luego hay almuerzo para todos y saludo a bastante gente: “el botiquín está funcionando bien, padre”; “¿cuándo pasamos a recoger el microscopio”?Me siento orgulloso porque veo que nos van conociendo como Iglesia que está al lado de la gente, escuchando y apoyando en lo que podemos.
Más tarde, Carlos el motorista se marchó al cercano Dos de Mayo a jugar un partido y quedarse a dormir, pero regresó al rato: “La hija de Melita y Nelson el animador se ha puesto de parto”. Nos quedamos a cuadros porque no habíamos notado nada. En la noche Melita llegó a decir que efectivamente su hija había dado a luz a un varón. Casi nace en el bote…“¿Cómo se llama?” – le pregunté. “Todavía no tiene nombre. No tiene padre…”. En fin… la pequeñez y precariedad de esta iglesia del Yavarí. Tal vez dentro de 30 o 40 años de trabajo se empiece a ver algo. De momento, es casi como sembrar en el río; y el niño se va a llamar Carlos.