El tío Jeremías
- Me parece muy bien, don Jeremías.
- No es que me vaya a retirar, ¿eh? Lo que pasa es que me siento un poco mayor para algunas cosas: las charlas de Bautismo, las lecturas de la liturgia...
- Claro, don Jeremías, no se preocupe. En la parroquia seguimos contando con usted.
¿"Un poco mayor"? El tío Jeremías tiene ni más ni menos que 88 años como 88 castaños. Lleva 28 como animador de la comunidad de Chonta; pocos si consideramos su edad. Es una persona con una vida larga y peculiar, que suscita respeto por su fidelidad a prueba de bomba, su humildad y sus ademanes de caballero. El otro día, almorzando en su casa, me contaba su historia con gran naturalidad.
"Así que usted empezó en la iglesia ya con 60 años" - le pregunto. "Así es, padre. Y ni se imagina cómo era antes de que el párroco me invitase a colaborar, un libertino". "No sería para tanto". Mientras tomamos la sopa que doña Zoila nos pone, me cuenta que tiene en total 21 hijos: "Dos hijos de mi libertad y el resto con mis dos primeras esposas, esta es la tercera". Diosito lindo, Yeremy Airons no ha perdido el tiempo, me digo, y temo que los plátanos munchillos que cuelgan del adobe de la pobre cocina me adivinen el pensamiento.
"Además me gustaba tomar, ahí gastaba la platita que ganaba en la carpintería y le daba mala vida a mi familia". Su esposa -la primera- se sacaba la mugre chambeando en la chacra y hacía casi magia para sacar adelante a la tropa de retoños que venían como salidos de una cadena de montaje. Hasta que aquella propuesta del sacerdote le hizo reaccionar: "Fui a un retiro, comencé el servicio a mi pueblo como catequista y de ahí no volví a ser el mismo". Algo vio mi compañero en Jeremías, y bastó darle confianza para ayudarle a cambiar. Qué simple y qué hermoso.
No come mucho, apenas pellizca un trozo de pecho de pollo. "No me encuentro últimamente muy bien, solo voy a la chacra un rato en las mañanas". "¿Qué? ¿Que sigue yendo a su chacra?". "Claro. A por mis yuquitas y a rodear mi café. Y tengo mis encargos de sillas y mesas". Jaja. Lo dice como disculpándose por no poder hacer más y me hace risa. "Usted ya ha trabajado bastante, ahora sus hijos le tienen que apoyar". "No creas, padre, no quiero ser una carga. Tengo unos campitos por ahí que iré vendiendo cuando haga falta. Y una vaca".
En la cancilla de la casa nos despedimos. Se llega caminando veinte minutos desde la plaza, subiendo y bajando cuestas, pero don Jeremías lo hace sin bastón. "Entonces así quedamos, padre, ¿di?". "¿El qué?". "Lo del Jesús, mi reemplazante". Sentado ya al volante me doy cuenta de que él, como tantos otros agentes de pastoral, es insustituible. Hombres honestos, robustos en sus limitaciones, leales y creyentes sólidos. Tesoros de nuestra parroquia, de nuestra iglesia peruana.
"Si falto alguna vez a la jornada en Mendoza, usted me disculpará, ¿verdad?". Don Jeremías solo se jubilará cuando le pongan el piyama de madera.
César L. Caro