El nieto solo se apartaba de la abuela para ir a dormir. Sus relatos le hechizaron el alma. Un día, ausente del tiempo que corre, le preguntó: “¿Abuela, en dónde están, por dónde andan, esos mendigos de cuando tú eras niña? Todo eso ocurre ahora en las ciudades, donde la vida bulle, hierbe. Aquí la reina la calma, la vida se está escapando. Puede que venga alguien que en un incendio o en una tormenta haya perdida la casa. Porque no es bueno mostrar cortedad quien en suplica llega se exceden en lamentos y necesidades y si no les colmas de lo que piden con palabras altivas, sin freno en la ira, urden intrigas. Si hay cielo será como uno de tus cuentos de mendigos errantes y buenas personas. A pesar de que daban piedad y todos admirábamos su paciencia y bondad, a alguno echamos del pueblo porque amenazaba quemar nuestras casas. ¿Cómo a los gatos ladrones y a los peros que muerden? No siempre la vida es un cuento, muchas veces hay que cruzar, con una talega averiada y deforme, faldas umbrías, valles herbosos, cumbres pedregosas, por agrios senderos, por sendas fragosas.