Esta noche se oía el viento enredarse en las ramas, se escuchaba el desgarrado cortejo de los gatos en celo y se sentía el viento de la nieve rondar los bordes de la cama. Por la mañana apareció el universo cubierto por una nevada inmaculada que aprisiona el mundo como una mano inmensa. Es como si el bosque, las cumbres del Cebreiro, se convirtieran en el templo de lo sagrado. El viajero camina rompiendo la pureza, la sencillez y la espontaneidad del misterio que lo envuelve todo. Los tertulianos se decían: ahora las cumbres se desharán en agua y las fuentes escupirán chorros. A ratos se quedaban sin palabras viendo caer los copos como ángeles con sus alas rotas en busca de otro mundo, como peregrinos sin destino. Ver nevar, dijo uno, es como contemplar un torbellino de acontecimientos más increíbles que cualquier cosa que se pueda imaginar, se tiene la sensación de estar ante algo indefinido, de no sentir las dimensiones del cuerpo y de estar en ningún lado. Las primeras nevadas son intercambios fugaces para seguir deseando deseos de nieve.