Estamos esperando que una gran nevada, prisión callada, como una mano inmensa, cubra el universo, nos aprisione y aprisione el mundo, para que las cumbres se deshagan en agua y las fuentes escupan chorros, sonrisas deleitantes, que calmen nuestro ánimo acuchillado por anhelos de buenas cosechas. En estas tardes otoñales, las comunas de humo suben derechas como plegarias que brotan de los hogares, sepulturas removidas, y bruñen el cielo, hoy mar de cristal, de nubes olorosas de sauco y nogal. Cuando llega la oscuridad, el recuerdo de las ausencias, troncos incandescentes, chisporrotean e iluminan los caminos perdidos, borran el sombrío que abastece el mundo y abren amplios soleados pasillos.