Hay niños caprichosos, a los que los padres por no aguantarlo, para poder disfrutar de bienestar, de paz social, les cumplen todos los caprichos. La paz quiero, no más que la paz, quiero, dice el padre. Pero al cabo de los años, el tiempo es el mejor amigo y el peor enemigo, amargarán la vida a los padres, a los abuelos y a todo aquel que le toque rozarse o tener intercambiaos con ellos. Tal vez algún día, la vida ponga en su sitio al fruto de los padres blandengues y egoístas; tal vez alguien venga que les rompa los dientes o la vida los atropelle y entonces vayan a los padres, ya viejos y en un asilo y les diga: “Habéis sido unos blandengues, me permitisteis todos los caprichos para liberaros de mi cuando lo que necesitaba era alguien que me ayudara a distinguir el capricho del deseo. Este enorme vacío, campo incierto, que media entre nosotros es fruto de vuestra imbecilidad, de vuestro egoísmo, de vuestra vagancia, en el mejor de los casos de vuestra ignorancia. Pero las desgracias que he sufrido y el daño que he hecho ya está hecho.