Cariñoso, débil y creyente sincero, buscó un ideal con pasión más que de acuerdo a la razón. Rozó el cielo cuando encontraba un espacio y un tiempo libres que llenaban de luz su corazón y lo trasfiguraban todo durante días, y sintió el rescoldo del infierno calentando sus suelas cuando se sentía atrapado. Buena parte de sus días caminó contemplando la vida como un mendigo contempla asombrado las maravillas desplegadas en el escaparate de una tienda de lujo. Otros días vivió añorando la dicha y el dolor de los recuerdos de su infancia doblegado por la necesidad que casi siempre más fuerte que el placer y el dolor, y más poderosa que la voluntad y la capacidad de resistencia. “Desde aquel día, nadie podrá esclarecer la oscuridad de este barranco que es mi corazón”, me dijo después de haber leído lo que yo había escrito con ocasión de la muerte de alguien: “Es muy difícil aceptar que quien más nos ha querido y a quien más hemos querido se ha ido para siempre”.