Estas tardes de otoño, sin el “zumbar de miel”, recuerdan la infancia sumergida en sueños. Los límites de las palabras se desvanecen y se pierden en la realidad desdibujada y deshilachada. Llega la noche cuando la tarde ya ha desovillado todos los presagios. Entonces, como rumores de deseos, caen las sombras sobre el futuro. No hay nada más que hacer ni que pensar que contemplar la insondable negrura de la bóveda celeste sin estrellas. En estas tardes de otoño, la vida parece un escaparate de costumbres disecadas, cicatrices de la memoria, fantasmas del tiempo.