Con sus ojos soñadores, los rayos del sol miraban a los senderistas que, leves de recuerdos y vacíos de deseos, como sonámbulos extraviados caminaban por el sendero nuevo de ayer embriagados por los olores suaves y salvajes del monte. La presión del ambiente sofocaba el espacio y agotaba las horas. Fuera de sí, iban sin darse cuenta por donde caminaban hasta que llegaron casi a la cima del monte y verificaron ebrios de contento que estaban al lado de A Fonte da Cunca. Cuando se inclinaron para saciar su sed vieron en el fondo del agua lo lejos que quedaban los días de su infancia. Después emprendieron el descenso escuchando la lejana y doliente canción de la fuente, y recordando a quienes con ellos habían subido con el ganado y jugado en aquellos parajes e belleza sin fin. Cuando entraron al bar se sintieron protegidos del atropello de la guerra por las preguntas que, en las caricias del viento a las ramas que cubrían el sendero, les habían hecho los pájaros que buscaban refugio para esperar el amanecer.