“Su cuna, tan pequeña e inabarcable como un abrazo que estira los brazos hasta el último confín de la tierra, es su santuario, tan intangible como un sueño y tan real como una semilla. Capta y encierra, el pensamiento de pensadores, de poetas, de anacoretas, de prostitutas, de santos, de pecadores, desde la noche original, nuevo hálito. Las más profundas raíces, en donde solo nos encontramos con nosotros mismos, tienen las raíces en aquella noche que ilumina y transforma la oscuridad en luz cegadora, intimo fuego, portada a vedes por vergonzosos escondidos. No sé lo que es pero, como un loco sin juicio, sé lo que quiero aunque no sepa en dónde están los límites entre el sueño y la vigilia. Soy la parte de él en mí, como los sueños que sueño llenos de dudas, lagos insomnes. Es una borrasca, fuego en la sangre, que sopla, inquieta y empuja a buscar el camino. Aquella noche quemó el crepúsculo del día. No siempre sin mohín de fastidio, los guiñapos, los harapos, los palacios, todos son él para mí”. Tomó el último sorbo, deseó a todos un feliz año nuevo y se fue. Y todos se preguntaron: ¿qué dijo ése?