“Muchos de los que con nosotros se sentaron invitados al celestial convite, errabundos por fatigosas sendas, en amistosa y vagarosa charla o en sagrado silencio, a estas horas recordarán momentos como estos”, dijo alguien en el atrio, pisando raíces con nombres, a la salida de misa. Al regreso, escuchando el ladrido lejano de un perro que vibraba en las ráfagas heladas del aire del Cebreiro, un grupo recordaba las alegres tardes llenas de rumorosas charlas, cargadas de risas, de grupos de hombres y mujeres, en la bulliciosa terraza del Palleiro. “Fijaos, los que se han ido siguen sonriéndonos en los erizos que enseñan sus dientes de castaña”, dijo alguien con un cierto entusiasmo ensombrecido por la ausencia, rosas silenciosas, de los que recordaban. “Las callejuelas de los pueblos están sepultadas en el silencio”, dijo uno. Cuando ya se iban, otro: “En vano querremos enterrar el corazón en el olvido. Un año empuja otro. Pronto volverán”,