Nadie supo nunca

¿Te acuerdas? Estar cerca de él en momentos que requerían seriedad era terrible porque producía cierto temor y, al mismo tiempo, producía unas ganas incontenibles de reír. Los niños que venían a pasar el verano lo buscaban de manera desesperada atraídos seguramente por su bondad natural y su infantilismo característica, casi siempre, aunque no solo, de los hombres geniales. Era sordo y mudo pero su ingeniosa insensatez, con sus gestos pintaba las palabras y así lograba expresar lo que nadie era capaz de expresar con palabras. Aquel rostro que por su expresión pertenecía más al reino del ensueño que a la realidad de la vida no se borró nunca ni se borrará de mi imaginación. ¡Ya pasó tiempo!, le dije. Nadie supo nunca si su mirada suplicante era la de un moribundo o una mueca burlona, ni si sus gestos le eran naturales o los había aprendido de los perros y los gatos. Tomamos el último sorbo y nos despedimos con la esperanza de vernos cada día durante lo que resta de verano

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