Los recuerdos de los encuentros con sus nietos, ayer a su lado hoy en el cole en una ciudad que les es completamente ajena, ahogan la conversación sobre la áspera, fría y prolija realidad que mantenían tres senderistas abuelos. Los nietos les escuchaban, como quien escucha un cuento fantástico, las narraciones que les hacían de los trabajos del campo que ellos hicieron en sus años mozos, recuerdo de la lucha entre el hombre, la tierra y el animal, lucha salpicada de lamentos, llantos y juramentos: secretos cantos, jaculatorias despiadadas, que adobaban el sacrificial sustento, que ahora, por obra de la nostalgia, se convierte en momentos fabulosos en un país maravilloso.  Vigilados por el águila que vuela sobre las escarpadas rocas que rodean el abismo lanzando gritos de aflicción, mientras caminan despacio por el rocoso sendero van pensando inconscientemente que con el canto de grillo que oyen sin escuchar su mundo va muriendo como mueren las sonrisas del sol en las laderas.