Cuando los primeros pájaros, piando, buscaban saltando de rama en rama los primeros rayos del sol, el apicultor con dolor, vana pesadumbre, había vencido el orgullo de las abejas con humo fabricado de trapos, había vaciado las celdas, métrica armonía, y había llevado el oro líquido a la bodega de su casa. Los niños, invitados de los niños, en caos ordenado, como bandada de rapaces lasciva y montaraz, chuparon las maravillosas panales, y se embadurnaron y pringaron de rica miel. En el colmenar, apacible galería y balcón sobre el verde valle, distante un tiro de piedra del lento camino, la tea diáfana del ir y venir de los enjambres, se convirtió en haz de brazos confundidos y abrazos vacíos. DEP los que se han ido