Otoño, dulce soledad

O Cebreiro tiene la apariencia de un animal tenebroso, de redil espacioso, de intrépida montaña, de piélago de montes cabalgado por figuras como peregrinos que, pisando “la dudosa luz del día”, bañan los pies en el siempre sonante Eiroá. El viajero, adormecido por el canto generoso de los pájaros y el profundo murmullo del viento, los pinos y los robles que empiezan a desnudarse sin pudor, va tascando su dulce soledad entre ásperas cumbres, profundas simas. El peral ya está despojado, las manzanas caen en la piadosa hierba, las nueces se rompen contra el camino pedregoso y   los erizos reprimen aún recelosos su dorada sonrisa.

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