La sociedad crea dioses, dioses de pies de barro, solo para encumbrarlos y acompañarlos mientras los crea y luego desacompañarlos, destruirlos y festejar su destrucción, tenebroso camino, con toques de trompeta, con venenosas llamaradas que rezuman ultrajes, sortilegios secretos contra el cotidiano soñado, contra la oculta afinidad de deseos, contra la lejanía inalcanzable. Contra la jauría que engorda con el olor de la podredumbre solo vale mascullar el dolor en piadoso silencio, espantoso lecho cuando no hay esperanza.