Esta noche profundísima como tumba de escombros, el viento huracanado de voz de campana rota, de multitud de plañideras lanzando pavorosos gritos, de recua de caballos rechinando los dientes, rezongaba sobre el mundo, arrastrando los montes que se desmoronaban sobre el valle y lo borraban de sobre la faz de la tierra, arrancaba el alma del mundo y arrojara las vísceras, con estruendo de derrumbe, sobre los tejados que se desangraban a borbotones por los canelones. Todo parecía la génesis, bruma vagabunda, de un mundo inconcluso. En el patio, la higuera y el nogal, como enemigos irreconciliables, se batían con furia en hostil combate”, dijo Yago. “Cuando el cielo se desploma, el abismo se abre y los sentimientos se desbordan, las palabras son vanas e inútiles”, dijo Joaquín. “Solo queda caer de hinojos y contemplar anonadados y estupefactos el grandioso espectáculo”, dijo José Manuel. “Y admirar la presencia del misterio, nombre de lo que no tiene nombre”, dijo el viajante. Esta mañana tomando café.