Poco a poco el local se fue quedando vacío; aquí y allá se deslizaba presurosa una persona que exhalaba un vaporoso bisbiseo: “Ir a por lana y salir trasquilado” es más frecuente de lo que parece. Las luces se apagaron, las puertas se cerraron y al día siguiente se volvió a llenar para ver el encierro: “Qué bárbaro”, “qué idiota”, “le estuvo bien”, “se cree que los cuernos del todo son las antenas de una hormiga”, “mala cosa es menospreciar los cuernos de un carnero, pero despreciar los del toro es de necios”, “insultar al toro porque lo haya empitonado es hacer gana de la ignorancia de la naturaleza de las cosas”. Cuando ya solo quedábamos tres o cuatro gatos, alguien dijo: “Tomaré nota de estas exclamaciones espontaneas. Con un poco de retranca, alguna de ellas puede invitar a la calma antes de echar la lengua a pastar”.