San Antonio de Aguís

Antonio, ya no hay quien toque las campanas, le dijo alguien. Eso no tiene importancia. Lo malo es que ya casi no hay quién las escuche.  Dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo y pudiera esperar para escuchar a quien con él quería hablar. No hacía falta llamarlo para que viniera a ayudarte. Como por arte de magia, aparecía allí en donde podría echar una mano. Decía: Solo cuento mis problemas a quien puede ayudarme a solucionarlos o contándoselos pudiera ayudarle a él a comprender mejor los suyos.  Los últimos años, ya en una residencia lejos de su casa, venía de vez en cuando al pueblo y todos lo veíamos, antes y después de misa los domingos, siempre sonriente. ¿Qué tal, Antonio? Muy bien. Nunca nadie le oyó quejarse contra el cielo ni contra los que con él convivían. Mil veces dio las gracias al cielo por todo lo recibido y a quien le regalaba una sonrisa, un saludo. Hace una semana, alguien preguntó a alguien: ¿De dónde vienes? De enterrar al último campanero, a San Antonio d´Aguis. "Teiene una fe que se cortaba con un cuchillo de destazar cerdos", dijo alguien una vez viéndolo  hacer la genuflexión delante del Santísimo. 

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