En la casa en la que vivió el poeta Antonio de Loureses, en un cajón colgado en una de las paredes de la cocina, al lado de la lareira, he encontrado dos libros herrumbrosos. El II volumen de “Compendio histórico de la religión …”, de D. Josef Pintón, Ibarra, 1778, y “Los salmos de Salomón”, 16757, Baltharis Moreti, Venecia. Nadie sabe si el poeta leía o no el latín. En su casa se hospedaban “las visitas ·de rango (obispo, senadores)” que llegaban al pueblo. Estas visitas le inspiraron, según informes de un sobrino, este poema, sentencia: “Construyen en su interior maravillosos mundos/ pero, porque olvidan los templos vivos que marchan a su lado, / se ven rodeados de negros abismos”, y en otro: “Solo, quienes miran siempre al mismo sitio, / ven lo mismo si/ no tienen un mundo interior /que lo haga todo y siempre diferente”. En el margen de una hoja de periódico, metida entre las páginas de los salmos, escrito de su puño y letra, se lee: “Nunca, remedo, esperanza, vendrá de fuera”.