Estos días de otoño, encanto eterno, se camina por sendas de hojas lánguidas que, como un poder desconocido, borran el retorno y dejan al caminante al albur del vacío frío y colorido sin sombra, pero lleno de historias que no terminan nunca. Todo va quedando dormido, muriéndose, envuelto en los temblores de oro del sol del caso. El viajero va entretenido escuchando la entrecortada canción del viento fugaz preñado de misterio y de deseos casi despiertos que por momentos parece el lamento de aves raras en la cumbre de los robles pelados. Al regreso por un sendero adivinado, el viajero escucha las campanas arañando la ladera pero se da cuenta de que la mirada húmeda de la oscuridad le confunde y le causa sueños sin brida, manantial inagotable, de ansias tremolas.