Paseo por O Cebreiro, sierra pétrea, abismo boscoso, con frecuencia pienso que es un almacén, un escaparate de cosas prodigiosas que esconden siempre el último secreto en sus hondas y limpias entrañas. De repente me sorprenden los cautelosos pasos del corzo, los inquietantes del merodeador jabalí y los del raposo, malabarista de estrellas, me sobresalta el rimbombante bramido del corzo, o me inquieta el aire de la mirada del lobo. Para disfrutar del paseo por el sendero que sube a la cumbre o desciende por la colina al valle hay que caminar dejándose mirar por las piedras, los árboles, los helechos, y pensar que los pájaros cantan y la tierra sangra para disfrute y admiración del viajero. Hay que dejar errar el espíritu detrás de las notas del viento, sonido inaudito, poderoso aliento, y dejar vagar los ojos y los sentidos por los colores, los olores, el cortejo de figuras, la amplia amplitud de la sabana por la que vamos caminando bajo el cielo abierto del amanecer cuando las cosas van naciendo e incorporándose, o del dorado atardecer cuando las sombras van borrando las formas y abriendo el campo a los sueños infinitos.