Con la boda de Sara y Brando, causa de alegría para todo el pueblo, se acabó el verano en Loureses. Cuando entonces, el mundo se acostaba con el retorno a casa de los mayores y se levantaba con él de los jóvenes. Como perdidos en un mundo deshabitado, como ecos sin sonido, como suspiros del silencio, herida por donde se escurre la vida, llegan los lejanos ladridos de un perro, el aullido del lobo desde el otro lado del mundo, el canto del gallo, que trae la dudosa luz del alba, y la eterna canción del Eiroá, que parece hecha con hebras de voz humana. Todo parece un paisaje de sueños vagos e imprecisos a la espera de algo.