En esta tarde de finales de otoño, escuchando el rumor de las piedras, la vaguedad de las formas y la fugacidad de los colores arrastran por el cielo los misterios de la naturaleza desde la llegada del alba brumosa hasta el ocaso incoloro que lo lleva y lo traga todo como un abismo. Como pájaros enjaulados, los sueños, en un esfuerzo tan falso como inútil, se golpean contra los cristales buscando su liberación que, como un río reidor, pasa al otro lado de la ventana, y los llevará al país soñado de rosales opulentos y gallinas de huevos de oro. Desde la colina se veían subir las columnas de humo. De vuelta al hogar, “las ascuas rojas de la leña acompañan su soledad” y amainan la tormenta que ruge desde el otro lado de los montes dormidos como niños.