Cristo dijo: que todos sean uno, pero no pidió: que todos sean idénticos. En una casa, en un país, todos buscan el bien común, pero muchas veces sus miembros no piensan lo mismo. Los dogmáticos, los fanáticos, los radicales, los adultos infantiles, piensan que solo ellos tienen razón y sólo “ajuntan” a sus idénticos. Los que piensan que el otro tiene razones y convicciones y la misma buena voluntad que él, gente abierta, tolerante, dialogante, colabora con el otro, parecido o diferente, en busca del mismo fin. Esto pasa entre las diferentes confesiones cristianas. Cuando pasa dentro de un partido político le llaman distintas sensibilidades, cuando pasa dentro de la Iglesia se escandalizan. Las diferencias no son más que interpretaciones de cómo llevar a la práctica el mandato de Cristo: amaros los unos los otros como yo os he amado. Lo que hagáis con uno de estos conmigo lo hacéis, que supone una sociedad justa y fraternal. Otra cosa es que como yo pienso que mi interpretación es la más acertada, por el dialogo y el ejemplo, trate de difundirla. Ninguna unidad, tampoco la cristiana supone uniformidad, ni siquiera dentro dentro de la Iglesia Católica.