¿Qué senderos secretos y oscuros, tal vez de niebla, habría que andar para explorar los secretos y pasiones que encierra una vida de cien años de corazón sencillo y santo, lleno de ardor y de amor, y mente pobre, tumba de fantasmas de misterio que, en interminables soledumbres como borrascas desgraciadas, recias raíces, la embriagaron y enmarañaron con seductoras melodías, disimuladas servidumbres? Puede ser un consuelo saber que, a veces, el sueño es el único camino para llegar a los ensueños de la vida, y escapar de una vida que ni ve ni siente, que solo se agita y tiembla como una caña que mece el viento, penoso peregrinaje, opaco bochorno, que le concedió mirar hasta el fondo aunque sea desde el alto. Senderos que, huyendo del tiempo, no llevan al pasado, sino que vuelven de él.