Voces de profunda lejanía

Al salir, se sienten las pisadas sobre el suelo crujiente, los cuchicheos de la brisa que sopla de rama en rama, voces de profunda lejanía al lado del fuego del hogar y el tiempo petrificado en el canto de un gallo; se oye el grito de un pájaro como una queja eterna y se escucha un ladrido como un lamento. Todo es melancólicamente hermoso, todo parece un recuerdo de ayer, misterioso y, sin embargo, nuevo. El sol errante, brincando de soto en barranco, ya ha emprendido su retira, y se hunde como un profeta en su carro de fuego detrás del último otero. Poco a poco, las sombras, gráciles como gacelas, sorbo a sorbo, lo engullían todo. La luz del atardecer se apagó, cayó la oscuridad sobre el caserón y la magia se esfumó. El mundo parece un campo que camina quedo. Solo se ven las luces de un pueblecito en lo alto de la ladera que centellean como estrellas. Estos días son la recuperación de los recuerdos de la infancia como cuentos lejanos que arrullan los oídos.

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