Unos hombres, borrachos como cubas, no podían parar de pie ni siquiera ponerse derechos, azuzaban a unos mendigos para que se peleasen a la puerta de la taberna. A estas horas tendríais que estar de vuelta de arar vuestras tierras, le dije. A los mendigos les temblaban las piernas de miedo y nada les regía ya el cuerpo, porque se vieron obligados a dar gusto y colmar los caprichos de quienes les habían pagado unos vasos de vino. Los mendigos emprendieron la loca empresa de zurrarse mutuamente cada uno fiándose de sus fuerzas. Cuando los borrachos vieron a los dos mendigos rodar por tierra como sacos de patatas deformes, y uno de ellos sangrando de haberse golpeado la cabeza contra las piedras del camino, se partían de risa. Entonces yo, fuera de mi de rabia, pegue dos ostias a cada uno de los borrachos, levanté a los mendigos del suelo, los metí en la taberna, los limpie con papel estraza de envolver azúcar y comieron una lata de sardinas con pan que yo les pagué con dinero de un cordero a medias vendido el día anterior. Esto ocurrió un viernes, el domingo el cura habló del buen samaritano y alguien susurró: ese es el pastor". contó el viejo pastor en el bar. Uno de los jocvenes preguntó: ¿Quién es el Buen samaritano?