Como caen del árbol al suelo los frutos maduros, así los vivos van llegando al jardín de los muertos, el cementerio, a dónde los conduce la alfombra, cada día más gastada, de la vida; de donde a los vivos les llega la sangre más vieja que convierte los tiempos remotos en presente fugitivo y las ruinas del mundo en refugios del corazón; en donde todas las máscaras se caen, el ser humano se contamina de una cierta serena indiferencia que le da fuerzas para conllevar el surgir, el florecer y el deshojarse de la vida, y todos los caminos y todas las inquietudes empiezan y acaban; donde el viento mañanero barre todos los miedos, y el derrumbamiento se convierte en la expresión más fecunda y en el espacio más humano. “Todo ocurre en las cercanías del corazón”.