Llameante embeleso
El capitán y la tripulación se creían todopoderosos e indemnes. Las columnas de viajeros, disfrutando de esplendidas fiestas abordo, peregrinan hacia las sombras agradables de la nostalgia gritando: se ha obrado el milagro. Una ola gigante zarandea el barco, ataviado con cintas flameantes, hasta ahora flotando dulcemente sobre un mar murmurante, entonces los viajeros se dan cuenta de que el barco en el que navegaban puede que nunca arribe al puerto, la armonía salta por los aires, los viajeros rompen filas, se arma la rebelión a bordo, y el agregado rebaño de antaño, errante y extraviado, lanza gritos al sol para aliviar la angustia del alma mientras cada uno busca un rincón para refugiarse. El barco vacilaba hacía tiempo, pero la farándula a bordo, la ebriedad de la aventura, la fortuna de navegar, el placer adivinado en las costas que orlan el viaje, lo disimulaban todo. Tal vez una manera de admitir la armonía de la naturaleza, magia de las cosas, que supone semilla y marchitarse, sol y niebla, sea no pensar demasiado en lo que nadie sabe y no dejarse embaucar por el llameante embeleso de lo que uno cree saber.