Algunos que, en otro tiempo, fueron amigos, por miedo a lo que los otros saben de ellos, porque no tienen más memoria que la de la fábrica, la del maestro, la del jefe; porque nunca supieron que el pasado no es más que las raíces del futuro, ni que la vida que les queda les queda toda por delante, no muestran el menor interés por saber nada de los demás y viven acongojados pensando que el tiempo cada vez se hace más corto. Muchos no tienen unos momentos más importantes que otros ni unos acontecimientos más significativos que otros. Desde que han perdido de vista al jefe que los mandaba y al que obedecían, sus vidas sin motivos que las motiven han perdido el misterio y el sabor. Los recuerdos, como las olas, como copos de luz, chispeando se rehúnden hacia atrás. La profunda mirada de aquellos ojos tristes, los adioses, los silencios que gritan, los gritos que piden silencio, de la estación, ascua y hielo, furor y adormecimiento, son una metáfora de la transitoriedad , de la provisionalidad y de la soledumbre de la vida.