Con el quejumbroso sonido de la esquila de una vaca, refugiada del calor entre el tupido robledal en la otra orilla del Eiroá, vaga el triste fantasma de los rebaños y manadas que pastoreaban nuestros antepasados, emperadores de pobreza, manantiales de amor abnegado. Los pensamientos de aquellos antepasados eran traviesos y graciosos como gatitos brincando al amparo de la sombra de su madre, dijo el recién llegado. Cuando el recién llegado, que viene a disfrutar de este paraíso poco apreciado por los indígenas, se había ido, dijo uno de los habituales: “Poner en duda la virtud por la que han hecho lo que hicieron los que lo han hecho es indigno”, dijo alguien. Todos pensaron: Muchas veces, las mentes infantiles que juegan a ser maduras lo ven todo como una estrafalaria comedia de títeres que imposibilita distinguir la burla de la seriedad y la bondad de la maldad.