La maleta del abuelo
Cuando se fue a hacer el servicio militar, el abuelo llevó la maleta de madera llena de chorizos, y un lacón, este para regalar al capitán del regimiento y así captar su benevolencia y hacerse acreedor a un buen destino. Cuando volvió licenciado la trajo llena con una imagen de la Virgen del Pilar para su madre, una cantimplora para su padre y una pañoleta para su novia. La llevó llena de lágrimas de sus padres, de sus hermanos y de su mujer, y de sonrisas y carantoñas de su hijita de tres meses cuando se marchó a Alemania. Atravesó la estación y la frontera en Hendaya, luego París de una estación a otra y recorrió Colonia buscando la residencia con su maleta a cuestas. Ahora, en el museo de recuerdos familiares, rezuma lágrimas y sudor, sonrisas irónicas desafiando el destino, sollozos y susurros de los adioses ahogados con pañuelos bordados, recuerdos de sus hermanas, y en cada una de las esquinas guarda imágenes terribles de cada uno de sus hijos de meses que dejaba atrás cada vez que volvía y se iba. Su llave encierra mil ilusiones e infinidad de deseos, unos logrados y otros perdidos, de todos los antepasados, aquí presentes. La maleta del abueno es un manantial de amor que convierte la vida en una oración de acción de gracias.