Viajando por la Galicia rural, el viajero se encuentra con frecuencia, en el cruce de dos o más caminos, las encrucijadas, con un monumento sencillo que tiene una hornacina para depositar una limosna y encender una vela. Son “os petos de ánimas”, monumentos populares para recordar a los que aún están que los que partieron siguen aquí, aunque de otra manera. Para los celtas, los antepasados partían al Id, el otro mundo, la parte invisible del único mundo, el mundo. Los caminos son transitados tanto por los que permanecen aquí como por los que ya partieron que siguen estando. Los antepasados se levantan del cementerio y recorren el mundo casi siempre por los mismos caminos que hacían cuando estaban en este mundo, por los que iban y volvían de misa. Hoy no hay monumentos funerarios en las encrucijadas, rotondas, pero si a lo largo de las carreteras que recuerdan al conductor y a sus acompañantes que aquí y acullá se ha matado alguien. En Grecia y en los países balcánicos, tal vez más que en otros países europeos, algunos de estos recordatorios son auténticos monumentos, como “petos de ánimas”.