Los ojos de un niño, estanques de insaciable voracidad, que vino con sus padres a pasar la Navidad con los abuelos me llevaron a descifrar la ilusión, en que vivían los abuelos los días antes de su llegada, reflejada en sus ojos, estanques otoñales llenos de hojas caídas que han dejado en un rincón la memoria y el olvido. En estos días, el abuelo va llenando los cuencos del tiempo del nieto con cuentos que colorean con su luz seráfica la ausencia de los amiguitos del cole, los juegos de la pantalla, los paseos por la ciudad. Cuando el padre escucho hablar al niño de lo que estaba aprendiendo del abuelo, aquel fue a su padre y le preguntó: Padre, ¿de qué hablas al niño? Hijo, de aquellos habitantes que poblaban y las cosas que llenaban el mundo, nido infinito de sueños, “de tristezas blancas y luceros negros”, que te hacía tan feliz. A pesar de que hacía un instante el padre le había negado lo que le había pedido, el niño, tal si nada hubiera pasado, cuando el crepúsculo iba dorando aquel mundo nuevo, sintió despertar toda la música del mundo en el piar de un pájaro. Pd. Feliz noche vieja y próspero año nuevo