El ombligo del mundo

Llegó ayer a pasar una temporada. Hoy,  de pie a la barra del bar, me dijo: Por los pasillos siento los pasos lentos y fuertes del abuelo y los rítmicos y suaves de la abuela. La dulce mirada de la abuela, desde las fotos colgadas en las paredes y colocadas en las mesitas, acaricia la mente, la arrancan de sus tristezas y la arrastran a los campos de la esperanza. Algunas, quizás espejos de momentos oscuros, dan miedo. El tiempo y el espacio en la casa de los abuelos huelen, se pueden tocar, agarrar y cortar con un cuchillo de destazar cerdos. El aire iluminado por una luz decrépita, parece ceder a la presión de fuerzas invasoras ocultas. Las telarañas son la historia de las historias. Esta casa es como el ombligo del mundo. Las piedras de los muros están llenas de oraciones, de jaculatorias. Todo es ido, pero todo está vivo. Frente a las ventanas, los pueblecitos suspendidos sobre las cumbres del monte; a lo largo del río, un hilo de alisios, sauces. Aquí, en donde cada casa era un mundo y cada habitación una finca, siento que estoy y piso la tierra.

Volver arriba