Estas tardes de otoño, besana mullida y muerta, senderos enredados, traen con frecuencia a la memoria extrañas lejanías, hojas secas como caricias de la mano amada, que hacen vibrar el alma en barbecho con la furia del tiempo y que todo van poniendo amarillo. Tanto las de alegría como las de tristeza, las lágrimas, rayos que atraviesan la oscuridad, riegan la vida, también la aprisionan, con silencios titubeantes, con fragores violentos, tristes despertares “que se ahogan en el mar de lo pasado”. ¿Todo esto es verdad?, me preguntan muchas veces. “Solo puede decir la verdad quien no tiene ninguna probabilidad de ser escuchado”, cuando se habla desde donde solo los indígenas conocen y aman. ¿Por qué escribes? Porque la palabra es algo de lo que nos queda de aquello que hizo el tiempito.