En el viejo caserón solo hay un círculo de sillas vacías sin que nadie recuerde a alguien que haya ocupado alguna. Vacío de todo lo que pueda interesar a alguien, todo va cayendo a pedazos, que una vieja criada, que va y bien por los pasillos recordando escenas de aquellos tiempos, barre, no para limpiar sino para convencerse de que los fantasmas y figuras grotescas que se le representan nunca fueron algo. Para los viajeros que se paran a visitarlo, no es más que un montón de ruinas de las que surgen figuras sin límites definidos, generaciones de viejos que contaban historias, que se amaron y sufrieron, al amor del fuego, y pronuncian los nombres más insospechados, que han leído en alguna guía de lugares obligatorios a visitar, de los que nadie guarda memoria Ya nadie pronuncia sus nombres verdaderos que nadie recuerda. Parece que todo ha acabado antes de empezar. Su porvenir es lo que fue. Todo aquel universo se reduce a un recuerdo contado por un viejo en el bar.