Casi solo pasa...

En este tiempo, desde que la luna, como un náufrago peregrino, las arranca de la oscuridad las últimas estrellas y las entierra en la dudosa luz del alba, hasta que el crepúsculo, como un golfo de sombras, vuelve a llamar  a la luna para que alumbre el camino de las estrellas, trémulas hijas del día que fenece, los primeros rayos del sol buscan las ausencias por las rendijas de las ventanas de las casas vacías, el viajero rasga la niebla,  y  Pipo, sin pompa de palabras, con la inocencia del silbido del cabrero, dialoga con el rastro de los habitantes de la noche por un camino de hojas como ceniza, “pólvora del tiempo”, casi lo único que pasa en las solitarias y mudas aldeas de las faldas del Cebreiro que el otoño deja al socaire de las indiscretas miradas de  gentes de paso es el paso del tiempo.

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